Para quienes estudiamos biología o ecología el nacimiento y la muerte son parte de un proceso de flujo de materia y energía a través del ecosistema. Este flujo se expresa en cada ser vivo y cada paisaje. También en los millones de organismos que mueren de forma natural cada minuto por depredación, enfermedad o senectud. La muerte de un organismo es un proceso mediante el cual se reintegra al ecosistema como fuente de materia y energía para otros organismos.
Los humanos hemos modificado este flujo de materia y energía para nuestro beneficio. Dos actividades a través de las cuales nos alimentamos, una de recolección, la pesca, y la otra de cultivo, la agricultura, desvían materia y energía para provecho humano sin que hasta el momento haya una retribución a la naturaleza. Existe poca regulación, voluntaria o impuesta, para contrarrestar nuestro impacto.
¿Cuál grande es nuestro impacto? Usamos entre el 10 y el 55 % de la fotosíntesis planetaria, los animales de granja son el 62% de la biomasa animal, nosotros el 34 y el resto de los animales silvestres vertebrados el 4.
El cambio global, causado la liberación de gases de efecto invernadero a la atmósfera, es nuestra responsabilidad. Esperamos que “alguien más” —gobierno o capital—lo resuelva sin nosotros dedicar un momento de reflexión o acción para cambiar nuestra estilo de vida.
Nuestros efectos en el planeta son mayores y peligrosos, debemos considerar como lo tratamos. No son sólo los ambientalistas quienes pintan un panorama desolador de nuestro futuro, hay ciencia que demuestra que nuestras actividades tienen efectos locales, regionales y planetarios que pueden llevar al planeta a una nueva etapa en la que la vida en el planeta, como la conocemos, no sobrevivirá. Este cambio se puede dar dentro del tiempo de vida de las generaciones actuales si no hacemos algo; al final del proceso de cambio la vida en el planeta seguirá, de forma muy diferente a la de hoy.
La evidencia científica, basada en modelos y proyecciones, indica que podemos evitar este cambio. Tenemos la tecnología y la economía planetarias necesarias para parar y revertir el proceso. Nuestros modelos económicos de grandes capitales y economía planificada no han encontrado la forma de encontrar la manera de sobrevivir en economías circulares y descentralizadas.
En las sociedades humanas tenemos un sentido de lo que está bien hecho y lo que no. Aquellas personas descubiertas yendo contra lo bien hecho son castigadas; después del castigo deben ser perdonadas. Más allá, debemos tomar las medidas necesarias para cambiar el comportamiento de quién hizo el mal. Además de impartir justicia, si así nos atrevemos llamar a las acciones propuestas, debemos ser capaces de aceptar la diversidad, siempre que no atente contra otras personas.
Los castigos deben ser proporcionales a la severidad del mal hecho, aunque debemos de ser capaces de compasión, evitar y admitir errores de condena, el dolor y la crueldad innecesarios. Hay un castigo que no logra ninguna de estas metas, la pena de muerte, ya sea bajo un sistema de justicia o fuera de este. La pena de muerte es cruel y en caso de error es irreversible.
Esta pena existe en diversas manifestaciones que van desde las muertes extrajudiciales de los desaparecidos, desgraciadamente parte de la historia latinoamericana y común en muchas regiones de México; lapidación pública en países musulmanes integristas; fusilamientos en China; la horca es usada en diversos países incluyendo los Estados Unidos, donde también hay muerte por tecnología.
Las técnicas estadounidenses no han sido compasivas y sin dolor. La silla eléctrica, la forma más famosa de la pena de muerte, y la inyección letal han probado ser crueles e inhumanas. Alabama miente al decir haber encontrado una forma rápida y sin dolor para matar a un condenado a muerte, asfixia con nitrógeno.
Así murió Kenneth Eugene Smith, de 58 años, el jueves 25 de enero de 2024 en la prisión de Hollman, Alabama, marcando un retraso histórico en el respeto a la vida y en nuestras capacidades de compasión y justicia. Smith fue condenado por matar a alguien por mil dólares. En una ocasión anterior, el intento de matarlo por inyección letal falló por no poder inyectarle la mezcla mortal. Su muerte por asfixia fue lenta, cruel e inhumana, demostrando que la sociedad no se esfuerza en perdonar y cambiar a quienes le hacen un mal.
El respeto a la vida del planeta y el respeto a la vida humana, aún la de condenados a muerte, es un solo respeto, no falles.
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