Monday 15 February 2016

Ecocidio anunciado

Cancún, la Riviera Maya y el resto de las playas de la península de Yucatán son tesoros turísticos de México. El atractivo turístico internacional de estos lugares no es sólo por sus playas blancas o sus arrecifes de coral. Es toda su geografía su ambiente y la calidez de sus pobladores. Sus selvas, sus cenotes y sus manglares también cuentan. La riqueza turística es producto de la infraestructura, el clima y la belleza natural del paisaje, la infraestructura sin paisaje vende menos o deja de vender. 

No hay un número mágico para lograr un equilibrio entre el desarrollo y la integridad de los ecosistemas, pero si medidas precautorias. Mientras los desarrolladores puedan ganar, seguirán destruyendo o afectando ecosistemas si no hay quien ponga un hasta aquí. La destrucción del manglar de Tajamar demuestra que no hay quien los limite. Sin embargo, los servicios ecosistémicos se ven severamente disminuidos cada vez que destruimos o modificamos a proveedores de servicios tan esenciales como el agua, el aire o la polinización. 

Todo y cualquier desarrollo afecta y modifica al ambiente, debemos buscar que la afectación sea mínima. El espíritu de la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente busca que esas afectaciones se minimicen y haya una compensación por las pérdidas. El caso de la destrucción de las 57 hectáreas de manglar de Tajamar es una violación tajante del espíritu de esta ley. 

¿Cómo surgió este ecocidio? No toma mucha imaginación construir el escenario en el que se dio este crimen. Los desarrolladores turísticos de Cancún buscan expandir atracciones turísticas y hoteles. Conocen bien los planes de desarrollo y las leyes que les permiten o impiden llevar a cabo sus planes. En su visión de México como destino turístico nada puede detenerlos. Tienen amigos, conocidos y conexiones, a todos los usan. Se creen dueños de los recursos naturales, olvidando que estos son de toda la nación.

Esta élite de negocios se codea y cuando es necesario ningunea a cabildos, presidentes municipales, gobernadores, secretarios y presidentes. Esas relaciones sociales las cultivan como relaciones políticas, pecuniarias y familiares. Los favores son mutuos. 

Cancún y el Municipio de Benito Juárez son producto del sexenio de Echeverría; desde entonces nace la corrupción local. Tajamar es parte de un malecón en el Cancún turístico y de sus planes de desarrollo. Se aprovecharon autorizaciones del sexenio de Calderón para ejercerlas en el de Peña, justo antes de su vencimiento. Los involucrados aprovecharon la no retroactividad de las leyes que protegen a los manglares para justificar leguleyamente el ecocidio, aunque son bien conocidas su belleza importancia y fragilidad. No son inocentes. Por razones explicables ninguna autoridad local, estatal o federal tuvo la imaginación o la iniciativa ni se molestó en pedir ayuda de la sociedad civil o la academia para encontrar impedimentos técnicos, climatológicos, legales, sociales o ecológicos para detener el ecocidio. Todas estas son razones de peso. 

Un fin de semana cercano al cierre del permiso, sin avisar al público pero con la anuencia de las autoridades, entra la artillería pesada local a una destrucción de Tajamar equiparable a la provocada Napalm o Agente Naranja. Entre menos quede vivo más se demuestra el peso político y la impunidad. Así será más difícil recuperar el ecocidio y justificar las bondades del progreso incondicionado del país. 

La respuesta tardía y torpe del Partido Verde de México sólo ratifica el precio de sus miembros y la ubicuidad de su corrupción. 

Hay noticias corroborando esta historieta de corrupción que desemboca en un ecocidio y la pauperización del paisaje. Esta historieta la podemos escribir y reescribir a lo largo y ancho del país. En la península de Baja California, el mar de Cortés, Sonora y Sinaloa seguimos sufriendo ese elefante blanco llamado Escalera Náutica. Las propuestas de campos de golf en lugares insólitos son una amenaza recurrente. 

El ecocidio del manglar de Tajamar no tiene un final feliz. Ningún ecocidio tiene un final feliz, pero si lecciones que aprender. Es necesario que los ciudadanos, con el apoyo de los científicos, vigilemos muy de cerca las autorizaciones para el desarrollo que modifiquen o alteren. Será necesario mayor transparencia en los procesos y acceso más abierto a las Manifestaciones de Impacto Ambiental. SEMARNAT ha perdido la confianza de los ciudadanos como guardiana del ambiente e impulsora del desarrollo sustentable. 



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